¡No sé qué tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos!
Lope de Vega, A mis soledades voy…
Si me he convertido en el Amado,
¿quién es entonces el Amante?
Fakhr-Al-Dîn ‘Irâqî, Destellos de la divinidad
Camino por las veredas de mí mismo y me sorprendo vuelto hacia mi centro como una espiral, y me digo que esto es bueno y tiene su peligro. Me uno místicamente con todo y, sin embargo, me aíslo del tráfico como la belleza antigua. Y ya se sabe que quien se interioriza para hablar con los dioses termina musitando un idioma propio, exclusivo y tautológico. Y que, por efecto de la hipnosis, uno deja de ver los rostros con los que se topa, porque ya se está lejos, burbujeando éteres de otros mundos, otros mundos que están en éste, que rebullen en la piedra angular del propio espíritu.
Y mi lenguaje es mi soledad y también mi unión con las esencias: declino la naturaleza muerta que me circunda. Sólo soporto ya las consonancias puras; me he hecho enemigo de la yuxtaposición. Cada vez diferencio menos entre literatura y confesión, entre poema y salmo. Y tan alto mensaje quiero formular que me aboco al silencio. Tan puro el tono que aboceto que me estoy quedando afónico. De tan auténtico que me pretendo me alejo de mi entidad y me diluyo en el magma universal. Acabaré amando la silueta que dejará marcada el hueco de mi ausencia, al igual que el Buda que abandona discretamente el samsara visita todavía, durante el día y ante los buscadores del Camino, su vieja carcasa corporal.
Amo, soy amado, como y bebo, río, gano mi pan, me reclino ante las máquinas y las instituciones y ante los comercios. Me precio de ser cordial con mis semejantes. Carezco de costumbres extrañas. Pero un halo de invisibilidad se va levantando por temporadas entre el mundo y yo, como una muralla. Y, como el samana que emerge de la gruta en la que se recluyó años para realizar sus ejercicios espirituales, así también mi vista se ha hecho más sensible a la luz del día; no porque habite más en la noche, más bien porque las gamas lumínicas que acostumbro últimamente son de otra índole. Y, aunque un cierto adiestramiento estoico va tejiendo una coraza alrededor de mi piel blanca –y una cierta resignación entre alegre y displicente–, conservo cierto temor a la inadaptación: no sé cuánto tiempo podré soportar este clima sarnoso antes de partir definitivamente hacia mi propio centro, que es el centro de todas las cosas y de la propia nada.
[Música: Froberger, Capriccio VI (Blandine Verlet, clavecín)]
[…] sesudos pensamientos, palabras sobre palabras, alegorías de un pasado eterno y una mujer. Soledades, arritmias verbales y credos, imbricados como ladrillos de torre gótica. Imágenes sonorizadas, […]